Curiosidad

 


A Olga le da un vuelco el corazón al ver que en la puerta del edificio donde vive hay un coche patrulla y una ambulancia aparcados de cualquier manera. Reza para que el incidente que los ha traído no haya sido en su casa.

Aprieta el paso con la esperanza de poder interrogar al portero apenas entre. Ha olvidado que son las dos de la tarde y que la portería está cerrada a esa hora. Como cosa rara, en el vestíbulo no se tropieza con ningún vecino. Siente que la respiración se le agita y el tic del párpado, que tanto la importuna y creía olvidado, regresa de nuevo con fuerza. Los escasos treinta segundos que tarda el ascensor en llegar se le antojan horas. Con el pulso acelerado, marca la quinta planta en lugar de la sexta. Ese detalle, que parece insignificante, hará que la angustia se prolongue unos segundos más. Cuando por fin llega a su rellano, ve que un mosso d’esquadra hace guardia delante del piso de su vecina, que tiene la puerta abierta de par en par. Olga respira aliviada; sin embargo, ahora es la curiosidad la que la corroe. Está a punto de lanzar una pregunta al policía, pero su cara de pocos amigos la disuade.

—¡Pol! ¡Pol! —grita en cuanto cruza el umbral de su casa—. ¿Qué hace la poli en el piso de Marisa?

Y Pol, que está enfrascado viendo el noticiero, la mira como quien ve una aparición

—¿Que hay un qué en casa de quién?

Olga le explica lo que ha visto, pero su marido, que no ha salido porque teletrabaja, no se ha enterado de nada. Sin dudarlo un segundo coge el teléfono y llama a Luna, la de quinto tercera, que siempre le pide sal, huevos o mantequilla, pero, qué mala suerte, no responde. Habrá que esperar a otra oportunidad.

Un par de horas más tarde, con la excusa de ir a por el pan, la mujer sale de casa. La puerta de su vecina está ahora cerrada y un precinto policial cruza la entrada. Nada más llegar a la portería y sin saludar, Olga aborda al portero, que ahora sí está en su puesto:

—Pascual, ¿qué ha pasado en el sexto primera? ¡Menudo susto me han dado!

—El marido de la abogada, que se lo ha tenido que llevar en la ambulancia. Iba tapado hasta la coronilla y su mujer lo acompañaba con la cara amoratada y hecha un mar de lágrimas. No sé lo que ha pasado, pero me da que este ya no vuelve.

En ese momento, se acerca el del cuarto cuarta, que es de esos que ve todas las series de Netflix y siempre lo sabe todo, y añade:

—A ese se lo ha cargado los narcos, fijo. A mí me da que estaba metido en el tráfico de drogas. Andaba con unos tíos que daban miedo, llenos de tatuajes con calaveras y con cazadoras de cuero negras con cadenas y cremalleras por todas partes. Además, siempre iba colocado. No había más que verlo, con las pupilas dilatadas y esa cara de estar en otro planeta.

Olga sabe que el fallecido era un apasionado de las Harleys y que se juntaba con otros moteros a menudo. También sabe que al del cuarto cuarta le encanta elucubrar con la vida de los demás, por lo que no le presta demasiada atención, se despide y sigue su camino.

En la panadería los dependientes hablan de un vecino del barrio que ha muerto asesinado, pero no sé sabe cómo. Uno de los clientes dice haber oído que lo han envenenado, otro que le han pegado dos tiros a quemarropa y hasta alguno apunta a que lo ha matado su mujer con un cuchillo de cocina.

Olga, desconcertada, opta por permanecer en silencio. Ya se encargarán las noticias de aclarar lo sucedido.

En el telediario de las nueve, mediante una brevísima reseña, se informa del fallecimiento del señor Sanmarino, diciendo que las causas están todavía por determinar y que se ha decretado el secreto del sumario.

Al día siguiente, las noticias que aparecen en los principales diarios confirman que ha sido una muerte violenta por arma blanca y poca cosa más. La información va apareciendo a cuentagotas por lo que Olga, con una curiosidad que va en aumento, cree que ha llegado el momento de visitar a la viuda. Sale decidida de casa para darse de bruces con un policía que vuelve a custodiar el domicilio del asesinado.

No le queda otro remedio que interrogar de nuevo al conserje, que nada más verla le dice:

—¿Se ha enterado de la última? —y sin esperar respuesta, añade—: se han llevado detenida a la señora Marisa. Se dice que fue ella quien mató al marido porque se hartó de aguantar sus palizas cada vez que se colocaba.


Imagen de Yildiray Yücel Kamanmaz en Pixabay

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