¿Y tú a quién has salido?



Siempre le decían: “Pero, niña, ¿y tú a quién has salido?” Y Marina se miraba al espejo sin descubrir el motivo de esta pregunta. A algunos les intrigaba el color de su cabello, y a otros simplemente les recordaba el cielo rojizo de un atardecer ventoso de verano. Pero ella, ignorante de los pensamientos ajenos, nunca dejaba de sonreír acentuando el contraste del azul de sus ojos con su tez blanca plagada de lunares dorados.

Por las tardes, era muy habitual ver a Marina hacer los deberes en compañía de su amiga Elisa. Cuando el buen tiempo lo permitía, las niñas se sentaban en el patio, y así, mientras trabajaban, disfrutaban del aroma de los jazmines y la lavanda que tanto les gustaba. Una de esas tardes, Elisa interrumpió la tarea para centrar la mirada en su amiga y decirle:

—A mí todo el mundo me dice que soy igualita a mi madre. Y tú, ¿a quién te pareces? Porque, ni tu padre ni tu madre, tienen esos cabellos tan rojos.

—Mamá siempre me dice que soy igualita a la bisabuela Carmen. ¿Quieres ver su foto? —Elisa, sin esperar la respuesta, corrió hacia la casa, cogió la fotografía que había encima del aparador y se la mostró a su amiga.

—Pero, Marina, ¡es una foto en blanco y negro! ¡No se puede ver el color de su cabello!

Los ojos de la niña se ensombrecieron por unos segundos. En silencio, devolvió la foto a su lugar. Unos días más tarde, fue su hermano Juanjo el que, enzarzado en una discusión con ella, le soltó a bocajarro:

—Y tú, ¿quién eres para chivarte a mamá? ¿Para que le dices que me echaron de clase? ¡Te odio! ¡Tú no eres mi hermana! ¡Mira qué pelos tienes!

Los comentarios comenzaron a calar en Marina y  empezó a sospechar que algo raro sucedía. No sabía qué hacer ni a quién preguntar. Por eso, empezó a espiar a sus padres cuando creían estar solos. Los seguía por toda la casa y, cuando los oía hablar, se acercaba con sigilo para ver si averiguaba algo.

Con el pasar de los días y el acercarse el fin de las clases, la expectativa de las vacaciones desvió la atención de Marina que, por un momento, pareció olvidar otras preocupaciones. 

En la casa empezaron los movimientos propios del cambio de temporada: tocaba quitar alfombras, descolgar y lavar cortinas y guardar la ropa de abrigo. La casualidad quiso que, en el trasiego, una carpeta se deslizara en el hueco que había entre el armario ropero y el radiador. Nadie se dio cuenta. Nadie excepto Marina que, al verla, sintió la punzada de la curiosidad.  Sabía que debería entregarla a sus padres pero si lo hacía nunca sabría lo que había dentro. 

Las dudas la invadían.  Le costaba respirar pero, aún así, guardó el cartapacio debajo del colchón. Después de cenar, en lugar de remolonear como solía hacer, susurró un “hasta mañana” casi inaudible y corrió a su cuarto. Esperó a que se apagara el rumor de las voces; espió los pequeños ruidos de la casa; cuando creyó que todos dormían, extrajo la carpeta de su escondrijo. El corazón golpeaba con fuerza su pecho. Las manos le temblaban. Con dificultad, deshizo el lazo que sujetaba el porta documentos. Unos papeles amarillentos cayeron al suelo. En el primero se podía leer: “Formulario de adopción de Marina Expósito”.
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Comentarios

  1. Me dolió su pesar y sus sospechas, que triste.😥 Excelente Mariángeles.

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    1. Muchas gracias, María. Un afán de protección mal entendido les llevó a esta situación tan dolorosa para Marina. Con el tiempo y una ayuda, llegará a superarlo.
      Un abrazo

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