Regreso al hogar



El portón de entrada había desaparecido y lo que antes había sido un jardín repleto de azaleas y geranios era ahora un terreno yermo y ennegrecido por el fuego. El camino que llevaba hasta la casa estaba repleto de cascotes y montones de desechos. Al fondo, la fachada, otrora blanca, había adquirido un tono grisáceo y estaba cubierta de culebras dibujadas por la metralla que se había abierto paso sembrando grietas y orificios. Las ventanas, con los vidrios resquebrajados, mostraban los jirones de las que un día fueron cortinas de terciopelo.

Hacía un año que Roshni se había visto obligada a abandonar su casa y ahora que por fin había podido regresar le esperaba un panorama que ni en sus peores pesadillas había podido imaginar. Había tenido que afrontar las muertes de su esposo, su padre y hasta de su hijo mayor y lo había hecho con entereza a pesar del profundo dolor. Y ella, que creía que sus lágrimas se habían agotado, sintió un escalofrío y sin pretenderlo, sus ojos se humedecieron. Ya nada pudo detener el torrente que se había liberado. Sus piernas flaquearon y dio con las rodillas en el suelo. Su hija de cinco años, Fairuza, la rodeó con sus minúsculos brazos tratando de consolarla mientras Babak se tapaba la cara con horror.

Cuando pudo reunir las fuerzas necesarias, entró por fin en la que había sido su hogar durante casi veinte años. Allí había llegado después de su matrimonio con Ali; allí habían nacido sus tres hijos Ebrahim, Babak y Fairuza y allí habían trascurrido sus días, unos felices y alegres, otros llenos de preocupación, desesperanza y soledad.

Recorrió las estancias de la casa que no habían merecido mejor suerte que el exterior, aunque algunos muebles habían resistido. En su deambular, seguida de su hijos, volvió a recordar las últimas escenas vividas en su hogar.

Eran tiempos convulsos y a la Revolución Islámica se había añadido la guerra con el país vecino. Ese día, tras finalizar las oraciones de la noche, Roshni se disponía a cenar junto a sus tres hijos cuando le pareció oír unos pasos en la gravilla del jardín. Se temió lo peor. Enseguida, sonó el timbre insistentemente. No habían tenido tiempo ni de incorporarse, y ya los golpes comenzaron a sonar en la puerta. Con el corazón encogido, Roshni corrió a la entrada seguida de su hijo mayor, Ebrahim. Llegaron a tiempo de ver como el portón saltaba por los aires. Una patrulla de diez hombres irrumpió sin contemplaciones gritando: "buscamos a Ebrahim Rahmani". No atendieron a las súplicas de Roshni que les decía que no era más que un niño; que acababa de cumplir dieciséis años y que nada malo podía haber hecho. Apuntándoles con sus kalashnikovs, los soldados amenazaron con llevárselos a todos si se seguían resistiendo.

Al día siguiente, comenzó el peregrinaje de Roshni. Acudió a todos los miembros de su familia, amigos y conocidos buscando ayuda para intentar averiguar a dónde y por qué se habían llevado a su hijo. Nadie parecía saber nada. Pasaron seis meses de incertidumbre hasta que una mañana recibió una notificación oficial. Con manos temblorosas abrió el sobre y al ver su contenido dejó ir un grito desgarrador. Habían acusado a Ebrahim de traición y colaboración con los muyahidines. En el escrito, decían tener indicios suficientes para creer que pretendían atentar contra el Cuerpo de Guardia de la Revolución Islámica. En un juicio sumarísimo, sin la presencia de abogados defensores, habían dictado sentencia.

No hubo piedad para él, ni para los otros seis muchachos que habían sido detenidos bajo la misma acusación y cuyo único delito había sido acudir a reuniones clandestinas y repartir panfletos revolucionarios.


Imagen de Jörn Hendrichs en Pixabay

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Comentarios

  1. Excelente relato amiga, la pena es que es una realidad....
    felicitaciones !!!

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