La herencia

 



Cuando me llamó Ramiro para pedirme que le ayudara con los trámites de un testamento no tenía ni idea de lo peculiar que iba a ser la operación. Él, cuya especialidad era el derecho penal, se había visto involucrado en una herencia y quería asegurarse de que no quedara ningún cabo suelto. Para mí era evidente que Ramiro era perfectamente capaz de afrontar el asunto pero, en nombre de nuestra amistad, acepté su propuesta sin pensarlo.

Todo había empezado en el momento en que su amigo, Roberto Núñez-Marañón, había caído enfermo y había visto acercarse el final. Había llamado a Ramiro para pedirle dos cosas. La primera, que fuese su albacea testamentario, no le sorprendió. La segunda le pareció menos común: su testamento debía permanecer en secreto hasta después de su muerte.

Un mes después del fallecimiento de Roberto, Ramiro convocó a la viuda y a sus siete hijos. Como era de esperar, me pidió que estuviera presente. El día señalado llegué al bufete de mi amigo con algo de antelación. Lo tenía todo preparado y, sin embargo, me pareció un tanto inquieto. No tardaría en saber el motivo.

Ramiro se encargó personalmente de recibir a los visitantes que llegaron precedidos por la viuda, uno detrás de otro en procesión. Se acomodaron en la sala de reuniones en orden, como si lo hubieran pactado con anterioridad. La edad de los hermanos oscilaba entre los veinticinco y cuarenta años y el aire de familia era muy patente en todos ellos. Pero lo más curioso era que daban la impresión de no haber dado el estirón todavía. No pude evitar una sonrisa por la imagen que se estaba creando en mi cabeza.

Después de los saludos de rigor y antes de proceder a la lectura del testamento, Ramiro comenzó leyendo la carta que había dejado el finado y que debía ser leída en primer lugar. No reproduciré todo el documento por su gran extensión; transcribo únicamente el párrafo de mayor trascendencia.

"Queridos esposa e hijos:

...Estoy llegando al final de mis días y no quiero hacerlo sin antes reparar el daño que he ocasionado a un ser inocente. Me refiero a Celia Pérez a quién todos conocéis. Os preguntaréis qué pinta ella aquí. Pues bien, os lo confesaré. Fui infiel a vuestra madre y querida esposa. Celia es el fruto del error que cometí y del que estoy arrepentido. También os diré que su madre era la que fue nuestra ama de llaves hasta el día de su muerte. Os pido perdón. A partir de ahora, deberéis tratar a Celia como una más de la familia. Como veréis en el testamento, he dispuesto que reciba parte de la herencia en la misma medida que vosotros. Celia, que ignora a situación, será informada a su debido tiempo..."

Los hermanos, sin esperar a que Ramiro terminara la lectura, comenzaron a lanzar maldiciones e insultos. El griterío traspasó los limites del bufete. La viuda, que no parecía sorprendida con la noticia, pidió silencio con voz de trueno e hizo enmudecer a los hermanos. Mientras, en mi cabeza se repetía la misma imagen de antes, los siete enanitos con una Blancanieves bastante envejecida.

Safe Creative #2103017055068

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En los enlaces que hay a continuación podrás ver más historias de esta familia, sobre todo de la heredera inesperada Celia Pérez.

Todo comenzó con: 
1. "Visita inesperada"   para seguir después en
2. "Cuando la vida te sonríe"

Imagen de kalhh en Pixabay 


Comentarios

  1. Hombre, menuda sorpresa este recuentro con Celia Pérez. Todo un acierto, recuperar el personaje desde la perspectiva del padre difunto y el testamento de la discordia. El texto, tan elocuente y fluido como de costumbre. Estupendo, Mariángeles.

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    1. Muchas gracias, Javier, por leerme y dedicarme tu tiempo. Quería volver sobre el personaje de Celia que puede dar bastante de sí.
      Un abrazo

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  2. Excelente micrŕorelato. Estupendo giro de la historia.

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