Compañías peligrosas

 



La conocía de verla por la oficina, aunque nunca habíamos cruzado más de cuatro palabras. Por eso me subí a su coche sin pensarlo demasiado cuando se ofreció para llevarme a casa. Tenía mucha prisa por llegar y acababa de perder el tren.

—¿Hacia dónde vas? ¿Vives en Barcelona, no? —me preguntó en cuanto me senté a su lado—. No te olvides de abrocharte el cinturón de seguridad.

—Sí, sí. ¡Gracias! No quiero desviarte de tu camino. Me bastará con que me dejes en Sarriá —le dije yo.

Seguimos con una conversación banal, pero, como no teníamos mucho en común, no tardamos en sumergirnos en el silencio.

Mi compañera conducía de forma errática. Se aferraba al volante con fuerza y aceleraba y desaceleraba provocando un movimiento de vaivén muy incómodo. Además, se aproximaba temerariamente al vehículo que nos precedía, mirando inquieta a derecha e izquierda. Empecé a maldecirme por haber aceptado su ofrecimiento. Ya era un poco tarde para arrepentirse así es que me agarré al asidero y lancé un prolongado suspiro. Se trataba de un trayecto de tan solo media hora, pero sospeché que se me iba a hacer interminable.

Según las leyes de Murphy, si algo puede empeorar lo hará y este viaje no parecía ser una excepción. Abandonamos la autopista para evitar el peaje y continuamos por una carretera sinuosa y repleta de curvas. Isabel pisaba el acelerador a fondo y se abría tanto al entrar en cada una de ellas que invadía el carril contrario. Empecé a pensar que no llegaríamos a nuestro destino. A pesar de estar en pleno otoño, mi frente se llenó de gotas de sudor.

No tardó en anochecer. Los árboles que bordeaban la carretera proyectaban su sombra sobre el pavimento, dando un aspecto lúgubre a la calzada. Cuando menos lo esperaba Isabel empezó a hablar.

—Dime una cosa, tú estás liada con Alex, ¿verdad? —me soltó de sopetón apartando la vista del camino.

—No creo que sea de tu incumbencia. Mira la carretera y céntrate en conducir —le respondí yo de malos modos. Mi crispación iba en aumento.

—No me digas que no sabías que Alex era cosa mía. Te vas a arrepentir —y soltó una carcajada destemplada.

Al llegar al mirador de Vallvidrera. Isabel dio un volantazo y dirigió el coche hacia el precipicio mientras gritaba:

—¿Has visto Thelma y Louise? ¡Vas a ver lo que se siente!

Todavía no sé cómo logré deshacerme del cinturón de seguridad y abrir la puerta del coche. Solo sé que rodé sobre el asfalto y deseé convertirme en un bivalvo que, para protegerse, cierra sus conchas cuando el peligro acecha.

El estruendo del coche al caer por el precipicio, seguido de una explosión, me hizo reaccionar y salir corriendo hacia el borde del mirador a tiempo de ver el coche de Isabel envuelto en llamas.

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Imagen de Pexels en Pixabay 


Comentarios

  1. ¡Qué bueno! Me sorprendiste. Este relato se ajusta más a mi estilo narrativo y mis temáticas predilectas: negruras psicológicas y psicópatas varios. Te animo a que salgas más de tu zona de confort para adentrarte en el lado oscuro de la conciencia, jajaja.

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    1. ¡Jajaja! Muchas gracias, Javier. Me alegro de que te haya gustado. Tendré que adentrarme por ese lado oscuro que dices. Jejeje

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