Los vuelcos de la vida
Casi no me lo podía creer cuando me llamó Elvira. Era llamativo que la persona que nos había machacado durante años con la decencia, la humildad y la bondad ahora se viera envuelta en un asunto tan turbio.
Los recuerdos de mi larga etapa en el colegio de monjas se agolparon en mi mente. Me acordé de una vez, yo debía tener doce años, que estábamos en la capilla. La madre San Javier, con su eterno hábito negro y la toca que ocultaba su cabello, se disponía a dirigir el rezo y, antes de comenzar, nos dijo:
—El rosario de hoy será para rogar al Altísimo por la resolución de un conflicto muy grave, que está punto de desencadenar la tercera guerra mundial.
En ese momento yo no tenía ni idea de qué estaba hablando, pero, con el tiempo supe que se refería, ni más ni menos, a la grave crisis de los misiles en Cuba. La religiosa, con su voz estentórea, iba recitando una larga letanía implorando a Dios por el fin del problema, la paz mundial y yo que sé cuantas cosas más. Nosotras repetíamos con voz cansina el consabido ora pro nobis una y otra vez.
Además, ella era nuestra tutora y consejera, pero, en ocasiones, en lugar de sernos de ayuda, nos generaba inquietudes que no se nos hubieran cruzado nunca por la cabeza. Un día, inocente de mí, me dio por hablarle de la gran amistad que me unía a Elvira, otra chica de mi curso. A ella le faltó tiempo para advertirme con seriedad de los peligros de este tipo de amistades que podría derivar en "sentimientos inapropiados". No recuerdo ahora sus palabras exactas pero sí que tardé un tiempo en comprender qué quería decir.
Pocos años después de acabar el colegio, me enteré de que la puritanísima madre San Javier había abandonado los hábitos y se había ido a vivir con una chica con la que, al parecer, mantenía una relación sentimental. Pensé que, ironías de la vida, ella había sido incapaz de aplicarse a sí misma su propio consejo.
Los años pasaron sin darme cuenta y, a pesar de todo, conservé un grupo reducido de amigas que perdura aún hoy en día. Nuestras vidas fueron evolucionando en paralelo y cruzando todo tipo de etapas, matrimonios, hijos, divorcios, nuevas relaciones y, ahora, ya convertidas en abuelas, nos llegaba una noticia propia de El Caso.
La bomba nos la sirvió en bandeja mi amiga Elvira: madre San Javier, ahora María Nieves Sánchez, que era su nombre real, alias "la Monja", había sido detenida en el curso de una redada llevada a cabo en un club de mala muerte de Mataró. A pesar de su avanzada edad, debía tener casi ochenta años, se le acusaba de ser la cabecilla de una red de prostitución y tráfico de mujeres.
Imagen de Pavlofox en Pixabay
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