Sospecha

 


Es la tercera vez en una semana que Joaquín se encierra en su despacho para hablar por teléfono. No es normal. Lo habitual en él es hacerlo a voz en grito en el salón mientras ella intenta concentrarse sin éxito en la serie de turno o en la lectura de un libro. A Eva le falta poco para levantarse y ponerse a escuchar tras la puerta, pero en el último instante desiste porque teme ser descubierta. Está convencida de que su marido oculta algo, aunque de momento es una pura elucubración.

Pero llega el jueves y, coincidencias de la vida, al salir del gimnasio, Eva ve a su marido pasar en el coche, y no va solo. La chica que lo acompaña no es ninguna de las compañeras de trabajo que ella conoce. El pulso, ya de por sí elevado tras su clase de spinning, se le acelera hasta hacerle sentir la palpitación de la carótida como cuando hace un esprint. Su instinto le pide consultar el móvil; tiene un mensaje de Joaquín diciéndole que se retrasará un poco. ¡Lo que faltaba! Inhala con fuerza hasta llenar los pulmones para luego exhalar muy despacio. Controlar la respiración le ayuda a pensar y a no dejarse llevar por el pánico. Sabe que no puede hacer nada más que esperar y ver qué explicación le da Joaquín.

Para su decepción, su marido no es muy explícito, y se limita a decir:

—Lo siento, amor. Mi jefe me ha metido en un marrón y me ha sido imposible llegar antes.

"¡Amor! ¿Será hipócrita?", piensa. En lugar de decirle que lo ha visto acompañado, se queda muda y no reacciona. Ni ella misma lo entiende. Ha llegado el momento de actuar; hará lo que nunca ha hecho en diez años. Finge dormirse y, cuando ve que Joaquín se ha quedado frito, se levanta y coge el móvil que él ha dejado sobre la mesilla de noche. Está bloqueado, pero no es problema porque ella sabe la contraseña. O eso cree. Falla en el primer intento y en el segundo, está a punto de probar una tercera vez cuando cae en cuenta. Ha cambiado la contraseña, ergo algo oculta. Todavía puede intentar otra cosa.

En el perchero del recibidor cuelga la americana que Joaquín ha dejado al llegar a casa. Por suerte, no ha perdido su maldita costumbre de llevar los bolsillos llenos de papeles. Y entonces es cuando ve la tarjeta: María Fernández, Organizadora de Eventos, Hotel Buenavista. En el reverso, hay una anotación a lápiz con una fecha y una hora: jueves 25, 18h30. ¡Vaya sinvergüenza! ¡Ha olvidado que justo ese día es su cumple! Los latidos se le disparan de tal forma que piensa que van a despertar a Joaquín. Intenta concentrarse en la respiración de nuevo sin demasiado éxito. Corre al despacho y enciende el ordenador de sobremesa que comparten en casa. Quiere comprobar que esa mujer es la misma que ella ha visto por la tarde y todos saben que Google es un pozo de información sin fondo. No tarda en encontrarla en la web del hotel y, aunque no está segura del todo, cree que se trata de la misma mujer que ha visto. Hace una foto de la tarjeta con su móvil. De esta no se escapa. Piensa seguirlo y pillarlo in fraganti.

Cuando llega el día de marras, Eva necesita Dios y ayuda para librarse de la pesada de su hermana Elena, que insiste en recogerla a la salida del trabajo e ir a tomar una copa juntas. Al final, logra convencerla para encontrarse en su casa un poco más tarde.

Cual detective de serie inglesa, se aposta en la acera que hay en frente de la entrada del hotel, con el cuello de la gabardina subido, una gorra de pana beige y gafas oscuras, a esperar a Joaquín. Este no tarda en llegar y lo hace acompañado de un enorme ramo de rosas anaranjadas, las preferidas de Eva, que tiene que hacer un esfuerzo sobrehumano para no lanzarse como una loca sobre él. Una vez más, trata de controlar su respiración sin conseguirlo. Cruza la calle y se dirige a la entrada del hotel, tras la que ha desaparecido su marido. Lo ve hablando con el recepcionista. ¡Qué desfachatez! Lo tratan como a un cliente habitual. Está que echa espuma por la boca de la rabia que siente cuando oye la voz de su hermana:

—¡Eva! ¿Qué haces aquí? ¿Quién se ha ido de la lengua? Te dije que te recogía en casa.

Eva no sabe si reír o llorar. No entiende nada. Hasta que, siguiendo la mirada de Elena, se gira hacia el interior y lee en el cartel de eventos:

"50 Aniversario de Eva Calderón - Salón Centenario, primera planta."

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Imagen de Firmbee en Pixabay


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