Reinventándose



Un inesperado expediente de regulación de empleo y unos cursos online propiciaron que Romeo García empezara a dedicarse a lo que era su sueño de toda la vida: ser detective privado. Y, como suele decirse, se lanzó a la piscina. Su precaria situación económica no le permitía hacerse ningún tipo de publicidad, así que recurrió a lo más frecuente en estos días: ofreció sus servicios a través de las redes sociales.

El tiempo pasaba y nadie parecía darse por enterado de la existencia de este sabueso recién llegado a un mundo en el que la competencia era algo más que reñida. Pero quiso la casualidad, o quien sabe si el destino, que René Girado se fijara en su anuncio, más porque las orejas de soplillo de la foto le trajeron a la memoria a su compañero de pupitre durante la primaria que por la profesión que anunciaba. Llamó al número de teléfono que sin ningún reparo parpadeaba en la pantalla y ahí comenzó la aventura.

Quedaron en un bar de la Rambla de Cataluña. A pesar de los años transcurridos, René reconoció a su amigo enseguida. Romeo, equipado con una gabardina beige y una gorra a cuadros, le sonreía desde el fondo del local. Durante los primeros minutos del encuentro rememoraron los viejos tiempos para centrarse después en sus respectivas ocupaciones.

—Veo que al final has acabado trabajando en lo que siempre decías que querías hacer, ¿eh? ¿Qué tal te va? —atacó René.

—¡Qué va, tío! En realidad soy contable, pero me quedé sin curro, hice unos cursos por internet y ahora, estoy, pues eso, a ver qué tal se me da la investigación privada, je je je.

Siguieron charlando como si tal cosa, pero a René le rondaba una idea por la cabeza que no sabía cómo sacar a relucir. Hasta que lo que Romeo dijo hizo que se decidiera:

—La cosa está complicada. Creo que tendré que empezar persiguiendo adúlteros —dijo este último soltando una carcajada.

—Pues a mí me vendría de perlas… Mi mujer lleva un tiempo haciendo cosas raras, siempre dice que tiene reuniones, incluso los fines de semana. Y a mí eso me da mala espina. ¿Tú no me harías un favorcillo?

No fue difícil llegar a un acuerdo; no le cobraría por las primeras tres horas y, para las demás, le haría precio de amigo. En seguida, René le pasó a Romeo una foto de su mujer por WhatsApp junto con la información que estimó necesaria para que iniciara su labor de investigación.

En su tercer día de seguimiento, Romeo empezó a pensar que estaba perdiendo el tiempo, porque Angélica seguía una rutina escrupulosa. Sin embargo, el cuarto día, cuando estaba a punto de tirar la toalla, pasó algo que lo sacó del aburrimiento de golpe. Angélica se bajó del autobús una parada antes de llegar a la de Balmes-Aragó, que era la suya. Para cuando Romeo quiso darse cuenta, lo único que había en el asiento era un bolso marrón con las letras LV repetidas por toda su superficie. Se colocó en el asiento de al lado y, cuidando de que nadie lo viera, se hizo con él tapándolo con su sempiterna gabardina.

Esperó a descender del autobús para estudiar el contenido. Encontró lo que suele haber en cualquier bolso, a saber, un billetero, un móvil, unas llaves, un paquete de pañuelos, un pequeño neceser… Y ambién había algo no tan habitual: un estuche con el tamaño y la forma de un huevo. Levantó la tapa con cuidado y al ver su contenido, casi se le escapan los ojos volando de tanto que los abrió. Nada menos que un globo ocular cuyo iris verde mar parecía estar observándolo. Después de comprobar que no se trataba de uno de verdad, sino uno de vidrio, recuperó el resuello.

Las preguntas se le acumularon en la cabeza. Solo las respuestas de su amigo le aliviarían la tensión craneal que tenía. Acordaron verse en el bar de su primer encuentro.

Esta vez era René el que esperaba la llegada de Romeo, que no pudo disimular su estupor al ver el parche negro con el que su amigo se tapaba el ojo izquierdo. Con una sola respuesta, René acabó con todas las dudas de Romeo:

—¡Angélica lo ha vuelto a hacer! Cada vez que discutimos se venga de mí sacándome el ojo mientras duermo. ¡No me mires así, hombre, que es de cristal! El de verdad lo perdí en un accidente.

Imagen de Pixabay

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