Traspasando los límites de la oportunidad

Lo vi una mañana mientras iba caminando a la oficina. Tenía los ojos saltones, las orejas largas y caídas y un hocico que recordaba al de un burro, eso sí, de tamaño reducido. De su cuello pendía una placa con una palabra inscrita que debía ser su nombre, “Agus”. Su fealdad inspiraba una mezcla de compasión y ternura. Desde el escaparate parecía lanzar una mirada de desamparo pidiendo ser rescatado lo que me produjo un deseo irrefrenable de regalárselo a Elsa. Mi mujer con tres hijos y yo con una hija, todos de anteriores matrimonios, habíamos acordado no tener descendencia. Así es que Agus, de alguna manera, se convirtió en el niño en común que nunca tuvimos, eso sí, con muchas menos obligaciones y responsabilidades. Su condición de ser inanimado le otorgaba grandes ventajas; no había que sacarlo a pasear o llevarlo al veterinario, y ni siquiera teníamos que alimentarlo. A pesar de ser un peluche, Agus parecía tener vida propia. Tenía la virtud de aparecer siempre en...