El precio del éxito


Her Majesty Theatre, Londres, UK


Hace dos días, cuando te presentaste al casting, no podías ni siquiera imaginarlo. Pensabas que no ibas a tener tanta suerte. Te diriges con entusiasmo a la reunión que cerrará el pacto y pondrá nombre a tu futuro. Pasarás a ser un actor de primera línea. 

Llegas a tu destino y entras, por primera vez en tu vida, en ese restaurante con estrellas Michelin que no te puedes permitir. Al fondo de la sala está el Director de Casting, que te hace un gesto con la mano. De él depende tu porvenir. La silla donde está sentado contiene a duras penas su enorme cuerpo. No se levanta, y te tiende la mano por encima de la mesa. Sin ni siquiera haber visto la carta, comienza el desfile de platos exquisitos. “Debe ser el menú degustación”, piensas. Cada plato va acompañado de un vino distinto para conseguir un perfecto maridaje, que tú no sabes muy bien qué es pero que está muy de moda. La conversación es fluida y, sin saber cómo, va tomando un giro más personal que profesional.

Sientes arder tus mejillas que han ido adquiriendo un tono rosado inusual en ti. ¿Será por la euforia? En el fondo sabes que el vino ha ido haciendo su labor y te ha desinhibido. Casi al final de la comida, el Director de Casting te dice que ha olvidado el contrato y te pide que lo acompañes a su oficina. Allí podrás firmarlo. Un hormigueo te recorre el cuerpo. 

La oficina está cerca y vais dando un paseo. Él te rodea los hombros con su brazo y tú tensas la musculatura. Cuando llegáis y entráis en su despacho, te pide que le esperes un momento. Pasados unos minutos lo ves regresar con su gordura envuelta en un quimono de seda tan sutil que deja adivinar la desnudez del cuerpo que cubre. Tu corazón se acelera y temes que sus latidos te delaten. Con una sonrisa que pretende ser insinuante, el Director te dice: “espero que no te moleste que me haya puesto cómodo. ¡Ven, siéntate a mi lado!”

Ya no te importa que te delaten tus latidos. Con voz temblorosa  dices: “acabo de recordar que tengo una cita en diez minutos”. Sales de la oficina con dignidad y aprietas a correr en cuanto pones un pie en la calle. El castillo de naipes se va derrumbando con cada zancada que das.


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