En el gimnasio



Una mujer de mediana edad entra en el vestuario del gimnasio “My Way”. Lleva puestos unos pantalones tejanos, una sudadera gris y una mochila verde colgada de un solo hombro. Mira el reloj de la entrada que marca las 11 en punto. 

El vestuario está formado por varios pasillos con dos hileras de taquillas -una a cada lado- y un banco largo. A la izquierda, según se entra, están los inodoros y las duchas. Frente a los pasillos, rematados por un espejo con dos secadores ‑también uno a cada lado- hay varios lavabos. 

La mujer se dirige hacia el último pasillo, coloca la mochila sobre uno de los banquillos y saluda:

—¡Buenos días, chicas!

Hay cinco mujeres que están cambiándose de ropa y que contestan con un “buenos días” en un tono tan bajo que apenas se escucha. Una de ellas se gira, y al ver a la recién llegada, le dice:

—¡Hola, Marta! ¿Hoy también harás zumba?

—No, Carmina. Hoy me toca piscinear. —Mientras habla, Marta se enfunda en un traje de baño negro—. He tenido mucho dolor de espalda estos días y prefiero hacer algo más suave.

En ese momento, una mujer delgada, con el cabello corto y gris, sale de una de las duchas.  Lleva enrollada al cuerpo una toalla azul que es tan corta que casi no le tapa ni el trasero. Se dirige al espejo del último pasillo, coge uno de los secadores, se sienta y empieza a secarse;  primero los pies, luego las piernas para terminar secándose sus partes íntimas.

Marta mira a Carmina y señalando hacia donde está la mujer de pelo gris susurra:

—¿Has visto esa tía? 

Carmina se vuelve hacia donde se dirige el dedo de Marta y contesta sin alzar la voz:

— ¡Otra vez ella! ¡No lo soporto! Luego las demás tenemos que secarnos el pelo con el mismo cacharro.

—¡Uf! ¡Me da un asco cada vez que la veo! No sé qué se ha pensado. Podría traerse su propio secador.

—Yo también la he visto varias veces y siempre me entran ganas de decirle algo. Pero luego me arrepiento y no lo hago. 

La señora alta y gruesa que está al lado de ellas se acerca y se incorpora a la conversación:

—Perdonad que me meta, pero yo no voy a ser tan prudente como vosotras.  Me parece que esto sobrepasa todos los límites de la mala educación. ¡Y no me voy a callar! 

—¡No serás capaz, Luisa! —dice Marta— Es un farol.

—¡Me encantaría verlo! —añade Carmina—. Pero creo que no tienes valor para hacerlo.

—¿Qué apostáis a que sí que me atrevo? 

Carmina y Marta, al unísono, replican:

—¡Si no lo veo, no lo creo! — Se tapan la boca con la mano y suenan dos carcajadas en sordina.

Luisa se pone una chaqueta, mete sus cosas en una bolsa azul y se dirige hacia donde está la mujer de pelo gris y le dice:

—¡Oiga! No sé si lo sabe, pero este secador es de uso comunitario y está pensando para secar el pelo, sí. ¡Pero el pelo de la cabeza!

La mujer de pelo gris, la mira, deja el secador en su sitio, se incorpora. Se vuelve a envolver en la toalla y le responde:

—¡Métete en tus asuntos, gorda! Yo me seco lo que me da la gana —y mientras dice eso, le da un empujón a la señora alta y gruesa que cae al suelo.

Marta y Carmina miran hacia otro lado y se van. Una hacia la piscina y la otra a la clase de zumba.


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