Miedo o intolerancia

 



Es casi mediodía cuando una pareja de ancianos camina a paso lento por la subida que lleva a Can Castellò. Hace frío y la mujer lleva un abrigo rojo oscuro que ciñe por delante con uno de sus brazos. Con el otro va asida del de su acompañante que, equipado con chaquetón gris y un gorro del mismo color, tira de ella.

Al cabo de un rato, llegan al acceso del centro cívico y se detienen un instante a leer el aviso que hay en la verja. Luego, se adentran en el recinto y siguen a pequeños pasos hasta alcanzar la puerta del edificio que está abierta de par en par.

Allí los recibe una auxiliar con bata blanca que les pregunta su nombre. Después de verificar que están en la lista que sostiene en la mano izquierda, los hace pasar a una sala.

Dentro hay seis personas más distribuidas en asientos que dejan un amplio espacio a ambos lados de cada uno. Tras murmurar un saludo, la pareja se acomoda en dos sillas que hay al fondo. Algunos responden con un gesto de la cabeza, otros hablan en susurros sin prestar atención a los recién llegados; sus voces quedan amortiguadas por las mascarillas.

¿Lo ves, Luisa? No hay mucha gente. Todo va a ir bien y rápido —dice el hombre que acaba de llegar a su acompañante.

No sé, no sé... A mí estas cosas no me hacen ninguna gracia, Manuel.

No es cosa mía. Nuestra nieta nos lo dejó bien claro: "este año no podéis dejarlo pasar como hacéis siempre". Y no lo dice por decir, lo dice con conocimiento de causa.

Bueno, bueno, el mal trago lo he de pasar yo. Y ya sabes lo que me puede...

Una tos seca deja la frase sin acabar y todas las cabezas se giran hacia Luisa. Algunos se remueven en sus asientos pero sin llegar a levantarse. Frente a Luisa hay una señora que no para de mover la pierna arriba y abajo. Mira a la mujer, que sigue tosiendo a intervalos, y se pone en pie:

¿Qué pasa? ¿Nos quiere contagiar a todos o qué? ¡Lárguese de aquí ahora mismo!

Luisa hace amago de abandonar el asiento pero su acompañante la sujeta del brazo para retenerla.

No hagas caso, Luisa. Es sólo una histérica —susurra Manuel en voz baja—. Tienes tanto derecho como ella a estar aquí.

Se empiezan a oír murmullos y comentarios que van subiendo de tono:

¡Lo que tienen que hacer es ir al hospital!

¡Váyanse de una vez!

¡Qué poca vergüenza!

La auxiliar trata de rebajar la tensión gesticulando con las manos; se acerca a Luisa y le dice en voz baja:

Señora, si usted está enferma no debería estar aquí. El centro se ha habilitado para la vacunación de la gripe. No hay médicos para atenderla.

La tos impide contestar a Luisa y sus ojos se llenan de lágrimas.

Disculpe, señorita. Mi esposa no está enferma —interviene Manuel—. Le dan mucho miedo las agujas y no le gustan las batas blancas ni los médicos. Se altera y le dan ataques de tos. Pero son solo nervios. Le pasará enseguida. Por favor, deje que nos quedemos. ¡Nos cuesta tanto subir hasta aquí!

En voz alta para que la oigan todos, la auxiliar dice:

Señores, hagan el favor de calmarse. Todo está en orden. Esta señora no está enferma. Es una simple alergia.

Bajando de nuevo el tono de voz, se dirige a la pareja y añade:

Tranquilos, pueden quedarse y, para que puedan pasar el mal rato lo antes posible, les haré entrar en cuanto salga la persona que están vacunando ahora.

Poco a poco, el lugar recupera la calma y Luisa deja de toser.


Imagen de AlessandraConte en Pixabay

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Comentarios

  1. Buena historia que muestra algo que es muy común hoy día; uns tosa, un estornudo y la gente te mira como si fueras un terrorista.

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    1. Muchas gracias! Efectivamente vivimos unos momentos difíciles y los miedos provocan reacciones muchas veces injustificadas.

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  2. Muy actua. Tosí en mi patio por alergia a una flor y mi vecina se alarmó. Coincidencias irreflexivas. El miedo es un gran enemigo.

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    1. Sí, por desgracia lo es. El miedo nos hace reaccionar de forma irracional.

      ¡Gracias por tu comentario!

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