Cuando menos lo esperas

 


Avisé a mi secretaria de que ya estaba disponible para la siguiente visita. Mientras esperaba, comprobé el nombre que tenía anotado en mi agenda: señora de Losada. No me sonaba de nada. "Debe ser una cliente nueva", pensé. Cuando mi asistenta la hizo pasar a mi despacho, me encontré frente a una mujer alta y delgada, cuyas facciones angulosas me resultaban un tanto familiares. No le di mayor importancia. Estaba acostumbrado a recibir muchas visitas y quizás empezaba a ver cosas que solo estaban en mi cabeza.

—Hola. Soy Daniela de Losada y estoy desesperada —me dijo como si se tratara de una reunión de alcohólicos anónimos. Su tono de voz me resultaba vagamente conocido.

La invité a tomar asiento y ella comenzó a explicar el motivo de su visita de manera desordenada y confusa. Fue como si hubieran accionado el interruptor de un aparato de radio. Una sensación de déjà vu me invadió pero me limité a dejarla hablar y a intercalar algún que otro monosílabo. Cuando, por fin, dio por finalizada su perorata, me miró a los ojos por primera vez y dijo:

—¿Cree que me podrá a ayudar? Me han dicho que es usted el mejor abogado de familia que puedo encontrar.

—Mire, ya sé que me lo ha contado todo —respondí sin hacer caso de su comentario—. Pero, para que quede todo más claro, necesito tener la información de forma estructurada y asegurarme de que no falta ningún dato importante. Si me lo permite yo le haré unas preguntas y usted me irá facilitando las respuestas. Necesito información breve y concisa.

Mientras le hablaba, buscaba en mi mente el motivo por el que su cara, su voz y su forma de hablar me causaban una sensación tan extraña.

—Primero de todo, necesito su nombre completo:

—Daniela Balmaseda Martínez.

Aquel nombre resonó en mi cabeza como una detonación. Como si se tratara de una película, volví a ver aquellas escenas que tanto habían marcado mi adolescencia. Oí de nuevo el tono impertinente que me gritaba "¡Ey, cuatro ojos! ¿Tu padre no puede pagarte unas gafas? ¡Vaya culos de botella llevas en la cara!" "¡Gordo seboso, a que no me atrapas!". No, no podía ser. ¿Era posible que esta Daniela fuera la misma que se había encargado de humillarme durante todo el curso de quinto de EGB?

—No entiendo —le dije tratando de disimular mi turbación—. Usted misma ha dicho que su nombre es Daniela de Losada.

—¡Oh! Losada es mi apellido de casada. La fuerza de la costumbre ya sabe...

—¿Estudió usted en la Escuela Betania-Patmos? —le solté a modo de globo sonda. Me miró con desconcierto y respondió:

—Pues, sí. Pero no entiendo para qué necesita esta información.

—Disculpe. Tiene razón. Por un momento, me ha recordado usted a una antigua amiga.

Estaba claro que no me había reconocido. Y no era solo por los mucho años transcurridos. Por suerte para mí, una buena dieta y muchas horas de gimnasio habían hecho milagros, casi tantos como la cirugía oftalmológica. Por otro lado, ¿quién reconocería a Tino Pérez, en el rótulo de Constantino P. Aramburu, Abogado Matrimonialista?

Mi profesionalidad me impediría hacerle una jugarreta pero mis honorarios quizás variarían sustancialmente.


Imagen de Rafa Bordes en Pixabay 

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Comentarios

  1. Gusto leer tus publicaciones. Muy simpático este relato. Las vueltas que da la vida nos trae momentosimpredecibles.Gracias

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    1. ¡Muchas gracias, Amalia! Nunca sabes por qué caminos te llevará la vida y a veces te prepara auténticas sorpresas.
      Un abrazo

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