Encrucijada



Los bombardeos se han dejado sentir durante toda la noche y tú, a pesar del agotamiento, no consigues conciliar el sueño ni por unos segundos. Aunque están lejos, oyes el rugido de los cazas seguido del fragor de las explosiones y, a veces, hasta sientes el temblor de la tierra bajo el catre en el que intentas descansar. En los escasos momentos de silencio, los quejidos de los heridos inundan el hospital de campaña donde trabajas.

A los veinte años, ejercer de enfermera no estaba entre tus planes de vida. Pero la gravedad de la situación te impedía permanecer impasible, y no dudaste ni por un segundo en presentarte como voluntaria. En poco tiempo, has pasado de desplomarte ante la visión de una simple gota de sangre a tener que curar las heridas de las víctimas que esta guerra sin piedad se está cobrando.

El sonido de las sirenas advierte de la llegada de otra ambulancia con heridos. Das un brinco y te preparas para recibirlos. Has aprendido a ver a los pacientes como seres anónimos y te han enseñado a dominar tus emociones para actuar siempre con serenidad y prontitud. Sin embargo, hoy no sabes si serás capaz de lograrlo; la persona que tienes delante hace que mantener el temple te sea casi imposible, y no es por el alcance de sus heridas. Miras sin éxito a tu alrededor esperando ver unas manos ociosas que te liberen de esta carga, pero todo indica que tendrás que afrontarlo sola. La idea te revuelve el estómago, aun así lanzas al aire un suspiro desde lo más profundo de tus entrañas y comienzas tu tarea.

Aunque ya lo sabes, las estrellas de su uniforme confirman que estás ante un alto mando del ejército. Lo reconoces a pesar de que el paso del tiempo ha dejado su huella en forma de arrugas y entradas pronunciadas. Está inconsciente y, mientras lo desnudas para limpiar sus heridas, los recuerdos luchan por abrirse paso en tu cabeza. No quieres que interfieran en tu labor, pero no hallas la forma de eliminarlos. Recuerdas con claridad el último día que lo viste; cuando tenías diez años y salió de tu casa con una simple maleta para no volver. Nunca supiste nada más de él; tu madre respondía con evasivas cada vez que le preguntabas. Sin razón que lo justificara, tú te sentías culpable de su abandono, que atribuías a tu mal comportamiento y a las peleas con tu hermano menor.

Mucho tiempo después, te llegaron los rumores que hablaban de otra familia en otro lugar. Un sentimiento de rabia crece en tu interior, el pulso te tiembla y temes que alguien pueda oír el fuerte golpeteo de tu corazón o, peor aún, que tu rostro te delate. Ahora lo tienes en tus manos y te preguntas si quieres salvarlo cuando él te abandonó sin importarle lo que te sucediera. Sería tan fácil dejarlo morir, piensas. Y justo en ese momento, abre los ojos. Su mirada es estrábica y pronuncia palabras que no comprendes. Te agarra la mano y la fuerza con la que lo hace es como un latigazo. De repente, todo cobra sentido. El halo de tristeza que envolvía la mirada de tu madre; las lágrimas que ella siempre achacaba al polen o a esa mota de polvo caprichosa que se metía en sus ojos, el maquillaje tupido que utilizaba en cuanto se levantaba y que desapareció de su rostro después de su marcha. Un sudor frío te invade, la cabeza te da vueltas y ya no puedes distinguir los colores, ahora todo es gris. Y luego la nada.

No sabes el tiempo que ha transcurrido cuando abres los ojos. Estás en una camilla y al darte cuenta tratas de levantarte. Pero una mano te sujeta, aunque esta vez lo hace con calidez y suavidad. Un rostro amable con gesto de preocupación se inclina sobre ti. Sus palabras son como un bálsamo:

—Lily, menudo susto me has dado. Estás agotada. Tienes que descansar unas horas.

Y tú solo atinas a decir:

—¡El comandante! ¿Qué pasa con el comandante?

—Olvídate de él. Robert se encarga.

Y tú suspiras aliviada porque ya no tendrás que enfrentarte al dilema.




Imagen generada con IA


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Comentarios

  1. Algo realisimo que tu haces temblar al leerlo gracias mary angeles soy ana un abrazo

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