Locura de amor




Se llamaba María Luisa y decían que había enloquecido por una pena de amor. Todo el mundo hablaba de ella. Tendría poco más de veinte años y caminaba con la mirada perdida en el vacío. Si alguien le dirigía la palabra aceleraba el paso aunque, a menos de que se tratara de un forastero, pocos lo hacían ya, acostumbrados a su eterno mutismo. Su extremada delgadez y las pronunciadas ojeras de su rostro le daban un aire fantasmagórico. Su aspecto me impactó profundamente. Era demasiado joven para parecer tan desgraciada.

Según se decía, hacía un par de años, había conocido a un extranjero muy atractivo. De nombre Ferdinand, alto, rubio, de complexión atlética y con mucha labia, le juró amor eterno como en una novela romántica,. A pesar de la diferencia de edad, bien podría haber sido su padre, ella se enamoró perdidamente de él.

Ferdinand, se convirtió en el centro de su vida. Atrás quedaron sus estudios, sus amigos e incluso su familia. Alquilaron un pequeño apartamento. Ignoraron la habladurías del pueblo y se fueron a vivir juntos. María Luisa y Ferdinand parecían haber encontrado la felicidad absoluta. Iban juntos a todas partes y solo se separaban cuando a Ferdinand no le quedaba más remedio que hacer algún viaje de negocios. Al principio, los viajes eran ocasionales pero con el tiempo se hicieron más frecuentes. Hasta que, un día, sin previo aviso y sin motivo aparente, Ferdinand no regresó de uno de sus viajes.

Su desaparición dio pie a muchas elucubraciones y suposiciones. Entre otras cosas, se rumoreaba que el extranjero tenía mujer e hijos en Alemania pero nunca se llegó a confirmar. Lo cierto es que nunca más se le volvió a ver.

María Luisa se sumió en el desespero. Vagaba por las calles y no respondía cuando se le hablaba. Parecía no entender nada de lo que se le decía. Adoptó la costumbre de dirigir sus pasos hacia la estación y permanecía largos ratos contemplando el ir y venir de los trenes.

Durante una temporada fue la comidilla del pueblo. Todos comentaban y opinaban sobre su caso. Poco a poco, todo se fue olvidando. Ya nadie hablaba de la “abandonada” como le llamaban sus vecinos.

Pasó el tiempo y hacía mucho que no oía hablar de ella, cuando un día, leyendo el periódico, el titular de una noticia llamó mi atención: “Fallece una joven arrollada por un tren de cercanías en Villanueva”. La noticia indicaba que según testigos presenciales la joven se había arrojado a las vías y el tren no había podido detenerse a tiempo. Un escalofrío recorrió mi espalda. 

Foto de Jeffrey Czum en Pexels


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Comentarios

  1. Tu relato presenta un excelente desarrollo, creo que amerita que trabajes más ese final; Hasta hacerlo más conclusivo. Saludos.Victor Lowenstein.

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    1. Muchas gracias, Víctor. El final ha sido elegido así de forma intencionada para dar pie a que el lector haga su propia aportación. Siento que no te pareciera suficiente.

      Saludos,

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