Los deseos de un niño

 

En apenas quince días será Navidad. Según la tradición, es la fecha en la que el Niño Dios viene cargado de regalos. Nelson sabe que llegar hasta su casa es complicado porque viven allí donde el fango lo invade todo y la subida es tan pendiente que deja exhausto a cualquiera. Sin embargo, él mantiene la esperanza de que un ser tan poderoso sabrá cómo lograrlo.

Acaba de llegar de la escuela, y después de arrojar la mochila al suelo, corre a la cocina en busca de algo de merienda. Lo recibe una nevera desvencijada y medio vacía, pero encuentra una manzana que acallará su estómago hasta que llegue su madre.

Se sienta en un banco de madera que hay en la entrada de la vivienda y, mientras devora la manzana, sueña con el regalo que desea recibir: una bicicleta. Ya se imagina montado en ella tratando de seguir los pasos de Nairo Quintana. Por un momento, cree verse rodando en el mismo pelotón que su ídolo y la cara se le llena de una sonrisa enorme.

Empieza a anochecer y esperar a su madre se le está haciendo eterno. Está impaciente por contarle su sueño. Por fin, la ve subiendo la cuesta con paso cansino y cargada con un cesto en el que lleva lo poco que ha conseguido comprar. No tarda en salir a su encuentro, a toda la velocidad que sus piernecitas le permiten:

¡Mamá, mamá! ¡Una bici! ¡Le pediré una bici al Niño Dios! grita, sin darle tiempo a llegar.

Se lanza en brazos de su madre y casi consigue hacerle perder el equilibrio. Sigue hablándole sin parar hasta que entran en la casa.

Nelson dice la mujer lanzando un suspiro—, ya te dije que para el Niño Dios es complicado llegar hasta nuestra casa tan cargado. Si papá todavía estuviera aquí, las cosas serían diferentes —añade en un susurro.

Hace ya seis meses que Nelson no ve a su padre y no sabe el porqué de esta ausencia. Las explicaciones de su madre han sido vagas y difíciles de entender para él. El niño no comprende cómo su ausencia puede afectar a su regalo. Aunque está a punto de cumplir ocho años, conserva la ingenuidad suficiente para pensar que, si el Niño Dios es alguien tan poderoso como dicen, no debería tener problemas para concederle su deseo.

Esa misma noche, con la luz que le brinda la única bombilla del comedor, Nelson toma papel y lápiz para escribir su carta. Le cuenta al Creador que se ha portado muy bien durante todo el año y que su mayor deseo es tener una bicicleta.

El pequeño se muere de ganas de que llegue el día y le pregunta a su madre una y otra vez:

Mamá, ¿falta mucho para Navidad?

Como si así fuera conseguir que el tiempo corriera más veloz.

El día de Nochebuena, Nelson no puede estarse quieto. Va de un lado a otro, sale y entra de la casa sin parar, bajo la mirada de su madre. Llega la hora de acostarse y, a diferencia de otras noches, Nelson no protesta ni pide quedarse levantado un ratito más. Arde en deseos de dormirse y abrir los ojos tan pronto el sol le sonría con sus primeros rayos.

Pero no es el sol lo que despierta al niño, sino el sonido de unos ladridos agudos que parecen venir de los pies de su cama. Cuando se incorpora para ver de qué se trata, una bola de pelo dorado lo observa y agita una cola diminuta. Entre maravillado y sorprendido, exclama:

¡Mamá, mamá! ¿Me lo puedo quedar? ¡Porfa! ¡Porfa! Se parece mucho a la perrita de Estela, aunque este es más chiquitín. Le llamaré Nairito.

Con el cachorro entre los brazos, corre a abrazar a su madre. La mujer suspira y una sonrisa florece en su rostro.

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Imagen de Gerd Altmann en Pixabay 

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