Como Dumbo



Siempre has tenido orejas de soplillo. Es un hecho. Acéptalo. Ni tu madre lo desmentía. Para que te quedaras tranquila decía que era porque, cuando eras un bebé, te gustaba dormir con las orejitas dobladas. Y tú le echabas la culpa a ella de tu defecto. Que tenía que haberte puesto esparadrapo para impedirlo, le decías. ¿Te imaginas? Seguro que si lo hubiera hecho te habrías horrorizado.

Eras la única de la familia que las tenías así. Las de tus hermanos eran pequeñas y bien pegaditas, como debe ser. Si no hubiera sido porque eras una copia en miniatura de tu padre, hubieras creído que era verdad eso de que te habían recogido por ahí. Cosas bonitas que dicen los hermanos. Y a ti te decían de todo: "cuidado que con esas orejas vas a salir volando como Dumbo", o "¿hace viento? ¡No! Son tus orejas en movimiento" y otras lindezas por el estilo. Así que tú te esforzabas por esconderlas. Usabas todos los recursos que se te ocurrían y, claro, lo primero en lo que pensabas era en taparlas con tu pelo. Pero, mira por dónde, tu madre había decidido que a ti lo que te quedaba bien era llevarlo muy cortito.

Con la adolescencia llegó el momento de la rebeldía y, ¡por fin!, de dejártelo crecer. Te pasaste muchos años ocultando tus apéndices, ingeniando peinados y tocados. El corte a lo garçon quedó desterrado para siempre; solo te permitías melena: media, larga, muy larga, corta, pero con la longitud suficiente para cubrir tus denostadas orejas. Cuando te apetecía hacerte una cola de caballo o peinarte con un recogido, te las ingeniabas para que esa parte de tu anatomía quedara oculta por sendos mechones. Otra de tus especialidades era recurrir a cintas o gorros, que tenían que cumplir esa función tan imprescindible que era esconder esos trocitos de cartílago, tan impertinentes. Así pasaste buena parte de tu vida.

Hasta que llegó el Hobbit, ese maravilloso ser de fantasía que tiene como principal seña de identidad sus magníficas y puntiagudas orejas. Las tuyas empezaron a parecerte ridículas... Porque, sí, está claro, las tienes despegadas, pero en realidad son pequeñas. Supiste que había gente por ahí, frikis, que se sometían a cirugía para conseguir esos preciados adminículos. Tu preocupación, o mejor dicho, tu complejo, poco a poco empezó a perder intensidad. Igual no era tan grave tener ese defecto que te obsesionaba.

Un día saliste a la calle y te diste cuenta de que ya nadie tenía las orejas bonitas y bien pegaditas. ¿Qué había pasado? Pues, que el dichoso Covid nos había invadido y con él las imprescindibles mascarillas. Ese accesorio tan necesario y molesto que ha maltratado nuestras orejas durante más de dos años. De repente, todo el mundo lucía el mismo tipo de orejas en diferentes tamaños, grandes, pequeñas, medianas pero todas, absolutamente todas, deformes y horrorosas.

Ahora, has dejado de pensar en ellas y las luces sin complejo.

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Imagen tomada de internet

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