La verbena

Fulgencio se mira en el espejo. Quiere estar deslumbrante. Se coloca su mejor traje y hasta se pone pajarita. Se peina de medio lado tratando de disimular su calvicie. Se perfuma. De nuevo le surgen dudas y temores y piensa en los lejanos días en los que era incansable, en los que podía disfrutar de largas noches de amor con su Paquita y al día siguiente, tan fresco, madrugaba y se iba a trabajar. Piensa: “los años no perdonan”. Ahora está solo y se pregunta “¿por qué sigues sintiendo la punzada del deseo si el cuerpo no te responde?” Bartolo, su compañero de habitación, que lo observa en silencio mientras se acicala, al final no puede más y le dice: —Fulgen, ¿qué te crees, que vas a una boda o qué? Que solo es una verbena, ya ves tú. Con los de todos los días. —Bartolo, es que, ¿sabes? Creo que me he enamorado. Pero estoy nervioso, ya no me acuerdo de cómo se conquista a una chica. Además, si la cosa va a más yo no sé si voy a poder… funcionar. —Vaya, vaya —Bartolo pon...