¿Quién dijo miedo?
Los meses pasan a toda velocidad y ese lunes volvía a ser treinta, concretamente treinta de octubre. El cielo estaba gris y presagiaba lluvia. Así es que Rogelio se enfundó la gabardina, se caló la gorra negra que lo acompañaba siempre en sus salidas y agarró un paraguas. No fuera a ser que la lluvia lo pillara desprevenido. Aunque sus hijos, y hasta sus nietos, habían intentado introducirlo en el mundo de la tecnología, a él no le interesaba. No quería oír hablar de tarjetas de crédito y otras zarandajas de este tipo, como las llamaba él. Así es que cada treinta o treinta y uno de mes, se dirigía con pasos titubeantes hasta la sucursal bancaria donde le ingresaban la pensión. Sacaba el dinero que preveía gastar durante el mes y regresaba a su casa. A los chicos no les hacía mucha gracia, y el tiempo les daría la razón. Como si se tratara de un supermercado, ese día en el banco estaban repartiendo números con el turno. A Rogelio le tocó el veintiocho. Pasaría un buen rato has...